Actualmente vivimos una forma de vida tan acelerada, que en muchas ocasiones no nos paramos ni le dedicamos el tiempo suficiente a alimentarnos adecuadamente. Entre la falta de tiempo y la sobrada existencia de alimentos hipercalóricos, comemos mal, rápido y de manera desequilibrada, llegando a realizar dietas estrictas que dejan al organismo sin los nutrientes fundamentales para su funcionamiento y como resultado comenzamos a presentar carencias que repercuten a todos los niveles incluso a nivel cerebral. Pero una vez aparecen los problemas, es cuando nos planteamos si debemos cambiar la alimentación.
El hombre posee 22,8 billones de neuronas y la mujer 19,3 billones, perdiendo unas 85.000 diarias, es decir, más de una neurona por segundo. Por lo tanto, el cerebro precisa de una correcta alimentación para poder desarrollar sus funciones a lo largo de nuestras vidas.
Para garantizar un mantenimiento óptimo de todas las funciones cerebrales, el organismo necesita unos elementos nutricionales, como la glucosa. El cerebro utiliza glucosa permanentemente, un 25% del consumo total, por lo que su aporte mantendría la actividad cognitiva. En cuanto a lípidos (grasas), un déficit de colesterol se asocia a un riesgo elevado de depresiones suicidas.
En lo que a dietas ricas en proteínas se refiere, restauran más eficazmente el sueño, entre los aportes de aminoácidos el triptófano es un precursor de determinadas hormonas, que ejercen funciones antidepresivas. Compitiendo directamente con la tirosina, ya que sus bajos niveles favorecerían la aparición de depresiones, apatía y falta de motivación. Otro elemento que conlleva a la depresión es el bajo índice de vitamina D.
El cerebro podríamos -coloquialmente- denominarlo como “el director de orquesta” encargado de controlar diversas funciones en nuestro organismo, por lo que una inadecuada nutrición cerebral nos llevaría a padecer desde estrés, fatiga, ansiedad moderada y mantenida, depresión estacional y post-parto, trastornos del sueño, pasando por enfermedades neurodegenerativas. Y de todo esto, a su vez, desencadenarse otra serie de patologías como obesidad, hipertensión, cardiopatías, trastornos circulatorios, depresión inmunitaria, etc.
Existen determinadas pruebas en sangre y saliva, además de test de evaluación que nos permiten -en consulta- determinar estos déficit y en
función de ello indicar el tratamiento más adecuado según cada caso.
Para más información contactar con Clínica Bonome a través de sus canales habituales.
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